La madrugada del 2 de enero nos sorprendió una vez más con un terrible accidente que asolaba nuestro país, una vez más el “Pasamayo maldito” se llevaba a un ser querido, a un hermano peruano. Este vez, falleció Tatiana, una mujer maravillosa. La conocí hace unos cuantos años: yo regresaba de la maestría y ella ya estaba en Lima, de vuelta, poniendo todos sus conocimientos al frente de las investigaciones sobre empleo en el Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo (MTPE). Era una persona sumamente generosa. Casi inmediatamente me dio la oportunidad de ser su amiga y de conocer su sencilla y práctica manera de mirar las cosas.
En esa época, se trabajaban largas jornadas. Había que arrancar prácticamente de cero para construir bases de datos e información que sirviese para hacer política pública en empleo. Tatiana no escatimaba horas para sacar adelante los proyectos. Publicó varios documentos de investigación y estaba convencida de que era su deber devolverle al país que tanto amaba todo lo que había logrado aprender con su esfuerzo y dedicación.
Tatiana no solo era brillante, sino que era la persona más humilde que he conocido en mi vida. Ella no era de ostentar grandes cargos o ufanarse de sus logros. Era más bien sumamente sencilla y alegre y amaba profundamente a su familia. Sabía disfrutar los pequeños detalles de la vida y era una mujer principista. Esas eran solo algunas de sus mayores virtudes.
El día que ingresé a trabajar al MTPE, Tatiana almorzó conmigo un menú por la avenida Salaverry, un menú de siete soles, y conversamos sobre nuestros sueños de un Perú mejor, en el que los jóvenes, como nosotras en ese entonces, tuviesen acceso a oportunidades para estudiar, salir adelante y darle mejor calidad de vida a sus familias.
Me encantaba verla sonreír con nuestras ocurrencias. Éramos entonces unos jóvenes soñadores dando todo nuestro esfuerzo por el Perú. Han pasado años, Tatiana seguía siendo la misma profesional comprometida, con una profunda vocación de servicio y con un gran amor por su país.
No puedo creer que ya no esté con nosotros. Y no puedo creer que se siga usando este serpentín de Pasamayo, cuando hace años existe la variante. No puedo creer que siguen pasando los años y la informalidad para dar los permisos y organizar el tránsito sigue siendo la norma imperante.
Es la negligencia que mata mentes brillantes y silencia voces valientes. No es el terrorismo ni un régimen que no respeta los derechos humanos; es la propia democracia en la que unos y otros nos matamos con nuestra indiferencia, informalidad y falta de compromiso.
Ya oí las últimas noticias, dicen que cerrarán el serpentín, que se construirá la tercera vía y que mientras tanto se usará la variante. Quisiera escribir que son excelentes medidas, pero no sé si se harán y menos aún cuánto durará la decisión de cerrar esta vía maldita, que se ha llevado cientos de seres amados. No puedo ni pensar en la familia de Tatiana ni en la profunda pena que hoy nos embarga a todos.
Cierro mis ojos y recuerdo a Tatiana. Tengo rabia, como muchos, al sentir que se va un ser amado. Pero también tengo ganas de exigir que dejen todo el odio que se tienen y que se concentren en trabajar para el país. Tengo ganas de exigir que ya se dejen de perder el tiempo y nuestro dinero, y que realmente pongan a gente competente en las posiciones que corresponden. ¿Han pensado cuántas personas se mueren al día por la informalidad, la irresponsabilidad y la falta de compromiso?
Fuente: El Montonero